Es cada vez más recurrente en diferentes ámbitos de la vida social y laboral, escuchar a alguien mencionar que sufre de ansiedad, ataques de pánico, depresión, estrés crónico, así como todo tipo de síndromes asociados. Las llamadas enfermedades de la época, se han ido normalizando con gran rapidez en los últimos años, de tal manera que, hoy en día, existe un número importante de ansiolíticos que se venden de forma libre en cualquier farmacia.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre 1990 y 2013, el número de personas con depresión o ansiedad aumentó cerca de un 50%. Hasta el 20 de enero del 2020, se calculaba que 300 millones de personas sufrían de depresión. Los datos nos llevan a preguntarnos: ¿Qué hace de un trastorno un padecimiento de época?, ¿cómo es que cada uno de nosotros favorecemos la producción y reproducción de este tipo de enfermedades?
Hace ya más de 150 años, se planteó y explicó con todas sus letras cómo funcionaba la explotación del burgués hacia el obrero, del poseído al desposeído, en el sistema capitalista. Sujeto explotado. El fenómeno no ha dejado de existir, ha sufrido infinidad de variaciones y expresiones a través de los años. Una de ellas, fue observada y señalada por el filósofo francés Michel Foucault, al presentarnos a las sociedades disciplinarias.
Para Foucault, las sociedades disciplinarias aseguran la obediencia de las reglas y de los mecanismos de inclusión/exclusión mediante instituciones como: la escuela, los hospitales o la prisión, las cuales, utilizan la vigilancia (y el castigo y las prohibiciones asociadas) como medio de control. Es a través de dichas instituciones que el individuo interioriza la vigilancia (el sentirse vigilado) a tal grado que actúa como se espera que lo haga. Sujeto de obediencia- oprimido por las instituciones.
Hace unos pocos años el sociólogo surkoreano Byung Chul Han introdujo el concepto de sociedades del rendimiento, para referirse a un perfeccionamiento de las sociedades disciplinarias. En dichas sociedades, observamos habitantes aparentemente libres que sin embargo, sufren de la misma opresión por su propia mano. El sujeto de rendimiento es oprimido por sí mismo para ser más “funcional”, lo que se podría traducir a “más exitoso”. Se exige a sí mismo: “nos autoexplotamos y creemos que, en esa explotación, encontramos nuestra realización”, dice Byung Chul Han.
Así llegamos al fetichismo del éxito, del ser emprendedor, triunfador. El discurso es tan convincente que pareciera difícil combatirlo: ¿quién en su sano juicio, podría cuestionar “el éxito”, el tratar de ser un ganador, el buscar ser más bello, sentirse realizado, tener la vida que deseamos o que vemos en las series?
De esta manera, cada uno de nosotros vivimos (de manera consciente o inconsciente) bajo esta presión que nos autoimponemos. La presión del ser exitosos en todos los ámbitos de la vida: ser profesionista, tener un buen trabajo, ser madre/padre, ser delgada/do, ir al gimnasio, verse bien, tener el modo de vida “ideal” (en términos materiales: coche, iphone, ropa de marca) y más aún; obtener miles de likes al mostrar al mundo todo estos “momentos perfectos”. Para nuestra desgracia, siempre se puede ser más exitoso: no hay límites.
Vivir para buscar el éxito en cualquiera de sus formas nos lleva a estados permanentes de frustración y fracaso, pues los estándares con los que nos comparamos suelen ser inalcanzables. De ahí el que vivamos y convivamos permanentemente con la ansiedad y la depresión. Sin importar nuestro estatus o condición social, vivimos buscando constantemente la aprobación y el reconocimiento (incluso personal) que nos otorga parecer o sentirnos exitosos, ser la mejor versión de nosotros mismos.
Por lo que, la próxima vez que te cuestiones sobre tu proyecto de vida, sobre tu edad y todas las oportunidades (profesionales, laborales, amorosas, empresariales) que has dejado ir; la siguiente vez que te encuentres disfrutando de la belleza del ocio, de la hermosura de no tener un “gran proyecto de vida” y no tener ningún problema con ello, respiren profundo y disfrútelo, pues en tiempos como los que vivimos, ser un “fracasado” no parece ser tan malo.
Alejandra López
@Alels